Observo,
siempre observo,
mis ojos
tienen
la
transparencia del alma
cuando,
desde la lejanía,
oigo los
lamentos
entregados a
la brisa:
instantes
suspendidos
que huyen
de labios
entreabiertos.
Los descubro
en el sutil perfil
de una
sonrisa,
en una ceja
que cae,
en el
pestañear lento
de una
lágrima.
Los ordeno
por sus nombres,
cuento y
numero sus mordazas;
archivo en
cajones alfabéticos
todos los
porqués y sus destinos.
Antes de que
aparezcan
reconozco su
espera silenciosa;
pero no
puedo detenerlos
ni impedir
su origen.
Es inútil,
nadie comprende
mi discurso
de sibila;
son
esfuerzos caídos en el olvido
sin ser
atendidos,
advertencias
mal interpretadas
convertidas
en piedras
que me
amenazan.
No ven lo
que yo veo
porque yo,
soy poeta, leo las almas
y cuento las
lágrimas de la vida.
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