El aire dice paz y
guerra.
Pero esa no es la verdad:
la verdad son las tumbas,
los gritos desgarrados;
delirios sordos creando
inmensos cementerios.
Y ahora las palabras
se pasean insepultas,
envenenando el mar,
haciendo el aire nauseabundo.
No son culpables las mañanas
que rotas piden venganza;
no, son aves migratorias,
migran a través del tiempo,
aseguran que la historia retorne,
vuelva una y otra vez,
encadenada al mismo movimiento;
circulan,
convergen hacia la repetición
y entre veneno y odio
incuban retoños.
Y el viento trae aromas putrefactos,
escoria de palabras,
rocío muerto, silencio.
Que venga ahora el viento del norte
y con su diestra mano
arrastre los residuos,
testigos viejos de la nada,
hasta dejar solo el esqueleto,
la historia pura,
cuando el barbecho terminó
y al tiempo ya no le importa.
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